La pobre
manera con que su tapado
quedó sobre
la arena
mal
disimulando la inocencia de sus bucles
a mí, el
indómito, me hace estremecer
qué suavidad
de sed!
qué alegres
temblores de tu ser
gracias al
repique del corazón,
todo lo
aceptas
sin
reflexionar bendices,
el más leve
frote de los cerezos
suspendidos
sobre tu labio
nos dejaba
con marcas adulzadas en el pubis;
precioso
bocado
de suave
piel, fresco cuello
trigueños
pezones
como dos
estrellas de anís
meciéndose adentro
en la dulce
miel
que he
pintado sobre tu cuerpo
y al igual
que en un fruto de difícil acceso
pretendo
–como un criminal– hundir mis labios
en tus
recodos y pliegues
y provocar un
simún, un alud
de
bendiciones
Mis hojas
preferidas del cedro
que yo impuse
sobre sus pechos
-túmulos de
canela para cuervos-
se han ajado
como un velo;
en su
retirada
la luz
violenta de su mirada
bota al piso
las flores
que bordé en
su cintura,
saco el codo
de su vestido plisado
y por ella
viene un cortejo entre risas de abadesa
la hiena
se la lleva a
través de las puertas de la tristeza
tras ellas
cae
el perfume
masoquista del cielo
Mi corazón
empuja al tuyo
a cada
segundo
pero este no
reacciona
no regresa el
golpe,
mientras
pienso
tratas de
rasguñar los muros, verdad?
tratas de
desprender las láminas de aerosol,
lo consigues…
la noche se
incendia por un instante
y todas las
prisiones se iluminan
los animales
nocturnos detienen su matanza
los animales
lujúricos disfrutan más
lujúricos
Al fondo de
la calma gris
reposa tu
angelical matiz
y a él se postra
la fragancia de lis
mientras el
candelabro de ágata
muestra sobre
el tapiz
tu paisaje en
éxtasis,
tu rostro es
de sutil rubí
y tu perfume
se apega a mí
con núbil
danza
aún en mi
lontananza
Por qué
rechazarte?
si eres
deliciosa, apetitosa
en tiempos
equivocados
las manos te
han confundido con carroña
pero esta
carta
que el viento
lleva en su bolsillo
te delata más
poesía que antes
poetisa
describiendo juegos sexuales
Laceraos
vuestros cuerpos en mi nombre
y bebed, una
de la otra, su exquisita sangre escarlata
con sinfonías
del infierno abrasaría sus cuerpos
y en el
desolado campo
andaríamos
sin rumbo cierto,
lleven sus
labios
hacia el
aliento de cada una
y entréguense
al láudano de sus placeres,
entre uno y
otro sorbo de muerte
su delirio
comulga con el maligno;
dos cisnes se
despedazan
y enrojecen
el lago
Cuando la fatalidad
se ensaña con
nuestras alegrías
y al
buscarlas
o intentar
recogerlas de los campos
nos mancha
las manos el desconsuelo
al corazón
lo aplasta la
miseria
como un
martillazo
y la sangre
sale escupida con violencia
hacia los
anhelos del alma
atrofiándolos
de impotencia,
la
desesperación por una esperanza
vuelven más
siniestros los ciclos del verano
danhysick
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